viernes, 23 de diciembre de 2016

Remontándome 7 Navidades atrás.

Me remontaré al pasado, tenía 12 años, era 17 de diciembre de 2009. Mi padre, mi madre y yo nos despertamos a las 07.30 a.m de la mañana para ir al hospital La Milagrosa. Fuimos en tren y luego cogimos el metro. Mis padres se tomaron un café y unos bollos, pero yo no podía comer nada porque tenía que estar en ayunas. Fui al baño, estaba temblando de los nervios. Tenía mucha hambre, pero no podía comer porque me tenían que hacer el preoperatorio. 
Cuando llegamos al hospital, la secretaría nos atendió, diciendo que tenía que realizar tres pruebas: un análisis, una placa y un electro. Tanta prueba me hacía sentirme en una gynkhana, como las que hacía en la Granja Escuela. Después de acabar "la gykhana" me llevaron a la habitación 217, donde estaría ingresada aquella semana.
Me hicieron las pruebas rapidísimo, así que a las 10.15 a.m ya estaba en mi habitación. Me visitaron mis abuelos y mi tía Mari. Aquella tarde se me hizo eterna, todo el día sin comer ni beber nada.
A las 16.00 p.m vino mi anestesista diciendo que me operarían entre las 16-19 p.m. Me tuve que poner una bata, se transparentaba todo y yo lo pasaba fatal porque sentía mucha vergüenza y estaba mi familia en la habitación. Después de dar la tabarra, mi madre me dejó tener la braguita puesta, me hacía sentirme más segura. En realidad, no sabía como me sentía, tenía muchísimo miedo, sentía como si fuera directa hacia un abismo, no podía hacer nada para evitar la caída, cada minuto que pasaba estaba más y más cerca de caer. Y cada segundo que pasaba el miedo crecía en mi interior. 
Me latía tan rápido el corazón debido a los nervios... Mi madre también estaba nerviosa, lo sentía, aunque me intentaba tranquilizar. Se tumbó en mi cama, yo la miraba a los ojos, temblando, y le susurré "tengo miedo mamá..." Ella, no sabía que hacer, entonces, decidió darme la sorpresa que tenían preparada para cuando saliera de quirófano. Era un peluche de un perro negro y marrón. Me aferré a él como a un clavo ardiendo, con el fin de que mis nervios disminuyeran. Tumbada en la cama y con mi regalo pegado a mi corazón acelerado, miraba la puerta esperando a que llegara la hora. Sentía tanta tensión, que cuando entraba una enfermera, me quitaba la braguita corriendo, y cuando se iba me la volvía a poner. Era puro nervio. 
Sobre las 06.45 p.m, un chico bajito y joven vestido de azul con un gorro que parecía de piscina, entró en mi habitación, era el celador. Me quité la braguita y se la di a mi madre, nunca había sentido tantos nervios, y era una sensación horrorosa. 
Me sacaron de la habitación en la cama, pues tenía ruedas. El chico tenía pinta de ser nuevo porque se chocaba con todo. Mientras me llevaba, mis tíos Dani y Yoli, mis abuelos y mis padres iban a los lados de la camilla, acompañándome e intentando hacerme reír poniéndome caras raras. Yo intentaba sonreír, pero era tan difícil... Me pesaba la sonrisa. Cuando llegamos a las puertas grandes del quirófano ya no pudieron acompañarme más.  La camilla avanzaba, iba hacia atrás, por lo que veía a mi familia, mirándome y despidiéndose. Forzaban una sonrisa, mi padre abrazaba a mi madre por el hombro, justo cuando se cerraba la puerta vi como lloraba, y entonces sentí miedo, ahora estaba sola, y sentí ganas de llorar, y las lágrimas, silenciosas, resbalaron por mis mejillas.
Nunca antes había entrado a un quirófano, todavía recuerdo su olor, no sabría explicarlo, pero lo recuerdo tan bien... Habían muchísimas salas sin puertas conectadas a un largo pasillo, donde me dejaron, enfrente de una sala. Recuerdo que me pareció ver sangre, porque estaban operando, pero decidí no mirar. Alrededor de ocho médicos se acercaron a preguntarme como estaba, yo contestaba con la voz temblorosa  que estaba nerviosa. 
En el quirófano, me cambiaron de camilla, me puse sobre una alfombra azul y me hicieron fotos de mis pies y la espalda. Me tumbé en la camilla. Un chico negro me dijo que era mi dentista, mi anestesista se parecía a un actor de hospital central Me dijo que estirase el brazo, y que me iba a doler un poco el pinchazo. Miré hacia el otro lado, no me dolió nada, después miré mi brazo con la vía, fijándome en mis venas. 
Mi alrededor se disipó en una profunda oscuridad. No fui consciente de cuanto tiempo pasó, según me dijeron, 3 horas y media. Cuando desperté, lo recuerdo todo borroso y escuro, me dolía muchísimo el pie, estaba todo oscuro, mi madre estaba a mi lado y me consolaba.
Un simple peluche, me ha hecho recordar esta historia, verídica, real y dolorosa en todos los sentidos. Una historia que forma parte de mi vida y que la cambió por completo, me hizo darme cuenta de tantas cosas que me sería imposible enumerar todas, el poder de UNA amistad, la apariencia de todos, qué es realmente la amistad, lo gratificante que es poder valerte por ti misma, andar, vestirte o ir al baño sin ayuda de nadie, lo fuerte que puedes llegar a ser, hasta que punto puedes vivir y aguantar el dolor, el apoyo de tu familia, la fuerza de TU voluntad, valor, esfuerzo, tristeza, soledad, soledad, dolor, dolor... Pero, ante todo, recordaré el apoyo de mis padres, quienes estuvieron a mi lado en todo momento, dándome fuerzas para ayudarme a seguir hacia adelante. 







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