jueves, 8 de diciembre de 2016

Cierra los ojos.

Estamos sentados en una mesa con dos taburetes, a la derecha hay una ventana que da a la calle.
Es un día lluvioso, pero no de los que te nublan, sido de los que te liberan con cada gota que cae al suelo.
El ambiente es cálido, y diferente, me transporta a un lugar lejos, quizá otro país.
Estamos sentados uno en frente del otro, con unas copas de vino al lado. Me resulta agrio, aunque al mismo tiempo dulce, al principio me cuesta beberlo, pero cuando me acostumbro a su singular sabor, me gusta.
De mi cuello cuelga un colgante, del tuyo también.
Quiero ayudarte, como lo haces tú siempre. Pero sé que contigo no valen los típicos consejos, hay que ir más allá.
- Cierra los ojos- te digo.- y escucha con atención cada palabra, no abras los ojos hasta que te diga "y ahora, despiertas".

Con los ojos cerrados, permaneces sentado en el suelo, tus manos acarician las puntiagudas hojas que los pinos han desprendido. Están secas y pueden hacer incluso daño. Tú las aprietas entre tus puños, con fuerza, y agradeces los pinchazos sobre tus yemas, sobre tu palma. 
El dolor habita sólo en tus manos, has hecho que se concentre en ese lugar.
Abres los ojos, colocas tus manos abiertas ante ti, y las observas perplejo. Están rojas, en la derecha, tienes un arañazo desde el cual emana una gota de sangre que recorre la línea de los sentimientos, como si de un sendero se tratase, y luego, cae a la tierra.
Miras hacia arriba, no ves el cielo porque los pinos son altos y frondosos. Estás en un bosque. 
A lo lejos, sólo ves bosque, mires al lado que mires, ante tus ojos sólo hay árboles y más árboles.
El bosque está oscuro, sin embargo, a través de algunas hojas la luz penetra, y es mágico. 
Te quedas atónito mirando las copas de los árboles y como la luz las acaricia.
Después de un rato, decides levantarte. 
Paseas entre los árboles, sin rumbo, pensativo, y sumergido en tus adentros.
Cuando llevas un rato caminando, empiezas a sentir que quieres salir del bosque, necesitas luz y claridad. 
Caminas, pero todo es igual, como si dieras círculos. Y te causa estrés no encontrar una salida.
Desesperado, te tiras en el suelo, y lloras. 
Lloras durante rato largo, tan largo, que incluso olvidas que llorabas porque no sabías como salir.
Cuando levantas la mirada y te secas los ojos, percibes que algo ha cambiado.
En frente tuya hay una flor, es preciosa. 
La miras, como si fuera lo único existente en todo el planeta. 
Del interior de la flor, aparece una mariposa. 
Sus alas son grandes, con colores rojos, naranjas, marones,y azules. 
Tiene dibujadas manchas que parecen ojos, incluso sientes que te miran.
Te calienta con su mirada.
La mariposa comienza a volar, y tú vas tras ella. Al principio su paso es lento, pero poco a poco se acelera, y tú corres para no perderla.
Cada vez más y más rápido, tus ojos están fijos en ella, no quieres perderla, no quieres perderla.
Te tropiezas y caes al suelo, y al levantarte, el bosque ha desaparecido junto con la mariposa.
Ahora estás en una playa, está vacía. Su arena es blanca y fina, el mar está en clama, el agua es tan cristalina que puedes ver el fondo.
Te deshaces de la ropa, está sucia del bosque. 
Tus pies desnudos tocan la cálida arena, y tú sientes paz y tranquilidad. 
Con tus manos coges un montón de arena, y esta se cuela entre tus dedos, es tan fina que parece agua.
Caminas hasta la orilla, miras el calmado mar, y él cubre tus pies con una ola. 
Miras a la derecha, y a lo lejos, ves una imagen que te resulta familiar, la mitad de un barco yace sobre la arena, ha naufragado, se encuentra entre unas rocas. 
Al verlo, no puedes evitar correr hacia él. Te quedas inmóvil delante suya, lo admiras. 
Admiras como ha llegado hasta la orilla. Acaricias su madera, y arrancas una astilla que metes en el bolsillo de tu pantalón, que se encuentra tirado en la arena.
Vuelves a la orilla, y una ola cubre tus pies de nuevo. 
El agua está caliente, espera que te sumerjas en ella.
Te adentras en el agua, y ella limpia tu suciedad, te pule, te transmite su calma.
Te sientes diferente, repleto de luz, de fuerza. 
Has dejado toda la oscuridad en el bosque, y en la playa ha brotado la luz que hay en ti.
Desde el agua, observas como el cielo representa nuestra actuación favorita, el atardecer. 
Los colores rosas, naranjas y amarillos, se reflejan en el mar, y te envuelven.
Sonríes, y la felicidad que sientes hace que cierres los ojos.

Y ahora, despiertas.











1 comentario:

  1. Mi comentario, es no comentar nada ,es el silencio que este ,es la mejor sinfonia.

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