Os voy a contar el cuento de un árbol.
Un árbol que vivía solo en una colina,
nadie se daba cuenta de la presencia del árbol.
Nadie se paraba a mirarlo,
a ver de qué tipo era.
El árbol ansiaba ser visto, querido, atendido.
Un día un leñador se fijó en él.
El árbol estaba dispuesto a darlo todo
por el leñador.
Sus ramas fueron cortadas,
estaba dispuesto a dar hasta su tronco,
porque por fin era querido.
Era querido por su madera,
piezas de su ser,
que efímeras,
se consumían en el fuego.
El árbol un día
fue consciente
de que no solo tenía madera,
también tenía frutos,
daba sombra,
cobijo a los animales,
descanso a los pájaros,
oxígeno,
vida.
El árbol decidió
que no solo quería dar madera,
y volvió su madera húmeda
para ser inservible al leñador.
Para que se marchara
y dejara de cortarle
las ramas
que eran capaces de dar tanto.
El tiempo al lado del leñador,
que tanto le quería
para avivar su fuego y calentarse,
suponía menos ramas,
menos frutos,
menos sombra,
menos cobijo, descanso, oxígeno.
Suponía perderse poco a poco.
El árbol dejó ir al leñador,
el leñador buscó
su madera en otro árbol.
Y el árbol supo ver
el valor de su vida,
simplemente,
por ser un árbol.
2 de mayo
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