Nos han robado la libertad.
La libertad de salir a caminar por una ciudad nueva y descubrir calles que no conocías.
La libertad de ir a un bar y tomarte un Nestie con un amigo.
La libertad de hacer una escapada el fin de semana.
De reunirte en una casa con amigos y beber hasta las tantas.
De bailar hasta las 7 de la mañana deseando abrazar la cama.
De ver las luces de Navidad en familia.
De visitar a tus abuelos los domingos y tomar un café.
De sonreir a la persona que se sienta enfrente de tu en el tren porque tienes la boca tapada.
La libertad de no sentir miedo o sentirte incómodo cuando alguien se acerca a menos de 2m de ti.
La libertad de dar abrazos sin pensar ¿le molestará que me acerque?
Tener que medir las distancias que separan dos cuerpos.
La libertad de pasear sin preocupaciones,
de conocer gente nueva,
y acercarte, tocarlas, reír a su lado.
Nos han robado demasiada libertad.
Siento que ya no me queda.
Rodeada de reglas, teniendo que firmar un documento que justifique porqué salgo de casa, tanto que conocer y sin poder hacer nada...
Nos están cambiando interiormente de una forma que puede que sea irreparable,
que puede que viva en nuestro inconsciente para siempre.
Nuestra forma de relacionarnos, de socializar, nos están obligando a tomar distancia, y no solo física, sino que se nota en todo comportamiento.
Yo lo siento dentro de mi.
Aislada.
Sola.
Como si estuviera en una burbuja flotando por el mundo,
como si nadie me pudiera tocar de verdad,
solo alcanzas a palpar esa fina capa que me envuelve.
Pero yo...
Estoy dentro,
muy dentro,
y nadie alcanza a rozarme.
¿Y si no puedo volver a salir?
24 de Noviembre 2020