En un mundo donde prima la prisa, donde todos corren y no se dedica tiempo a admirar la belleza de lo que nos rodea, a sentir en el latir de nuestro corazón los segundos que pasan y que no vuelven...
Llega el COVID-19, y de repente el mundo como lo conocíamos se para. Se para para todos.
Y te obliga a mirar hacia dentro, y no tanto hacia a fuera.
Y te enseña que en realidad no necesitas tanto como pensabas para ser feliz.
Te permite hacer esas cosas que antes decías "no tengo tiempo".
Como leer esos libros que acumulaban polvo en la estantería, estrenar esas acuarelas que tenías guardadas en el cajón, escribir, bailar, escuchar música tumbada en la cama sin hacer nada más.
Yo no he sabido hasta ahora que se sentía no teniendo que hacer nada.
Y es aquí donde el cuerpo me habla, me dice lo que quiere, y yo se lo doy. Y me siento feliz.
Hacer mil cosas nos mantiene ocupados con una ilusoria felicidad. No tenemos tiempo para mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos qué queremos realmente, porque al tener tantas cosas que hacer tu tiempo está desbordado.
Yo he aprendido a sentirme feliz con poco.
Bailando, escribiendo, pintando, hablando a través de una pantalla, escuchando música horas y horas y descubriendo nuevos estilos que no sabía que me gustaban.
He dado tregua al tiempo, o más bien él me la ha dado a mi.
Y me siento flotando, de repente los minutos y horas han perdido su valor, y me dejo guiar por un ritmo propio marcado por mi. Y me siento libre.
Este virus también me ha ayudado a valorar cada caricia, desde un simple apretón de manos hasta un abrazo largo. A veces siento mi piel como anestesiada, y el mínimo roce despierta mis células, quienes reclaman cariño a través del contacto.
Y es que no solo estamos separados por las mascarillas, es como si la tela que tapa nuestra sonrisa creara un muro de miedo entre las personas. Ya no nos sonreímos, e intentamos cruzarnos lo más rápido posible los unos con los otros, incluso aguantando la respiración, por si acaso.
La última vez que hablé con un desconocido iba camino a mi Kindergarten, ya había empezado el corona. Un señor iba con un labrador cachorro precioso. Yo no podía parar de mirar al labrador sonriendo. El señor me habló en tono cariñoso, en polaco, yo le dije: "nie rozumian po polsku" (no entiendo polaco). El señor me sonrío aún más fuerte, como si a través de su sonrisa quisiera comunicarse conmigo, y lo hizo. Nos sonreímos hasta que él se bajó, me contó cosas del perro, principalmente con gestos y se despidió desprendiendo mucho amor. No necesité un idioma para conectar con él. Y fue muy bonito. En ese tranvía donde se olía el miedo y la inseguridad de la gente guardando un metro de distancia, ese señor me hizo sentir a salvo, y que no estamos solos, sino que en verdad formamos parte de un todo: El planeta Tierra. Y lo que te pasa a ti, me pasa a mi también, por muy lejos que estemos.
Vivir en Polonia esta Pandemia me está enseñando mucho.
Ya no tengo el sentimiento de vivir en España, sino de vivir en el Mundo.
Cuando cambias ese pensamiento, tienes el poder de conectar con cualquier persona, de corazón a corazón, interesándote por sus orígenes, su país, su cultura. Creces. Te proyectas.
Vivimos proyectados en nuestro país, y lo que pasa fuera a veces lo vemos lejano y ajeno.
Proyectarte es sentir que lo que pasa en África, te pasa a ti, que Turquía, Japón, América... También son tu hogar.
En verdad me faltan las palabras para reflejar todo lo que esta Pandemia me está regalando, cuando ese sentir va por dentro, cuesta sacar a la luz tus palabras.
Mientras escucho música de flautas de bambú de fondo siento que me dejo muchas cosas en el tintero, pero hacía mucho que no escribía mi estado de Ser aquí.
No soy la misma que empezó escribiendo el blog hace cuatro años, esa María era la semilla, y cada día estoy embarcada en un florecer que me lleva a la máxima expresión de lo que soy.
Y es que eso es la vida. Nacemos semillas, arraigadas a la tierra, con el sino de crecer hacia el cielo. Alimentándote de la tierra para después dar oxígeno al mundo.
No se trató nunca de desprenderse de la raíz y volar, sino de ampliar mis raíces a través de la tierra, de forma que abarquen todo el globo. Y cuanto más me nutra de esa tierra y de su diversa riqueza, más alto creceré, y más podré dar de vuelta a este planeta que me dio la vida.
-Mery.
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