viernes, 6 de enero de 2017

Un encuentro mágico.


Para contar este gran encuentro, he de remontarme al pasado.

Hace muchos años, tantos que ni lo recuerdo, para que os hagáis una idea…Hace más de una década, conocí un ser muy especial para mí. Digo ser porque no es una persona, aunque para mi adquirió funciones de ésta. Ella es Heidy.

Heidy, es una gata de mi pueblo, blanca y gris, con tonos marrones, orejas y hocico rosado. No recuerdo como nos conocimos exactamente, creo que en el parque del pueblo, empecé a acariciarla y a pasar cada vez más tiempo, hasta el punto de que me seguía a mi casa, pasando las tardes e incluso las noches en ella. Recuerdo que una de las noches, me levante de madrugada para dormir a su lado en mi garaje, pero mis padres se dieron cuenta y, evidentemente, me mandaron a mi habitación.

El vínculo que he tenido siempre con Heidy ha sido realmente especial, para mi, pero también ante los ojos de todo el mundo.

Heidy, se convirtió en mi amiga, y yo la consideraba como tal. Hasta el punto de no querer ir con amigos, pues prefería pasar el día a su lado, acariciándola, tumbadas en el sofá, la hablaba y yo sentía que me escuchaba, aunque no nos comunicáramos de la misma forma. Nadie entendía nuestra unión, pero para mi es de las cosas más mágicas que me han pasado.

Recuerdo una de mis despedidas cuando me iba a Madrid, ella, se quedó en medio de la carretera mirando como mi coche se alejaba, yo, de rodillas, miraba como cada vez se hacía más pequeña, como cada vez estaba más lejos… Recuerdo que mis ojos se llenaron de lágrimas, que pronto se trasformaron en sollozos. No podía parar de llorar, me dolía tanto separarme de ella…

Aunque hayan pasado muchísimos años, recuerdo como me hacía sentir, las sonrisas que me sacaba cuando se gozaba con mi mano hasta el punto de que se le caía la baba. Recuerdo como se frotaba con mis piernas, como nos mirábamos, lo mucho que me fascinaban sus grandes ojos verdes y marrones. Recuerdo que un día, un niño pequeño la fue a tocar mientras estaba conmigo, el niño le tiró del rabo, pues era muy pequeño, y Heidy maulló, yo, instantáneamente comencé a llorar porque sentía que la habían hecho daño.

Mis palabras no alcanzan para explicar mi relación con Heidy, por mucho que me esfuerce, no consigo capturar su magia, y me gusta, pues me demuestra lo grande y verdadera que es.

En la mayoría de mis dibujos, Heidy aparecía acompañándome, siempre la tenía presente. Por mi cumpleaños, me regalaron un colgante con la silueta de un gato, un gato que la representaba a ella. Llevé ese colgante durante cuatro años seguidos, sin quitármelo nunca. Últimamente me lo pongo mucho, de hecho, lo llevo conmigo en este momento.

Cada año, Heidy se hacía más mayor, salía menos de casa y la veía menos. Dejo de ir a mi casa, y comencé a ir yo a la suya, su dueña, me dejaba entrar y estar con ella en el patio. Es imposible calcular las horas que hemos pasado juntas.

Cada vez que venía al pueblo, iba a su casa. Su dueña, se mudó, y aunque Heidy se quedó, no podía verla siempre. Alguna vez tenía suerte y estaba fuera de casa, y podía estar con ella en la acera. Cada vez la veía menos, yo hice amigos, comencé a salir más, y Heidy y yo ya no estábamos tan unidas.

No verla no significaba que para mi hubiera dejado de ser importante, siempre preguntaba por ella. MI mayor miedo, era llegar al pueblo y que me dijeran que ya no estaba…

Heidy, tiene 19 años, mi edad. Llevaba alrededor de un año, o más, sin verla. Alguna vez la había visto en el tejado, pero no bajaba. Me conformaba con verla en lo alto y saber que estaba bien.

Hoy, cuando he pasado por su casa, he mirado al tejado con la esperanza de verla, y así ha sido. Ha comenzado a maullar, me conocía.

Sentía tanta impotencia por tenerla tan cerca y a la vez tan lejos, deseaba que bajara, o yo subir, pero no podía. Me senté en la acera, y desde el suelo la miraba. Ella maullaba y me miraba a mí, y así pasamos un largo rato. Después, intenté subir, pero no podía. El tejado era muy alto, sin embargo, a la derecha había un tejado más bajo, con una maceta donde me podía subir. Empecé a llamarla, y Heidy bajó por los tejados hasta llegar al más bajo. Era un tejado de unos 3 metros, quizá un poco menos. Subida en la maceta y estirando el brazo llegaba al borde del tejado, lo justo para poder acariciarla.

Estiré mi brazo, y enseguida Heidy junto su cabeza con mi mano. Comenzó a olerme, a maullar a frotarse, se le caía la baba, literalmente, y yo estiraba más y más mi brazo para acariciarla. Heidy ha cambiado, esta ciega del ojo derecho, más delgada, y apenas puede maullar. Me dolió verla tan vieja, tan demacrada. Sin embargo, nuestra unión seguía igual, sentía tanto cariño que los ojos se me llenaron de lágrimas. No podía dejar de mirarla, mi vieja amiga. He tenido tantas veces miedo por perderla… Y ahora estábamos juntas.

Aunque no era la posición más cómoda, aunque sintiera muchísimo frío y sobre todo la mano congelada, no podía separarme de ella, exactamente estuvimos una hora juntas, unidas por mi mano y su cabeza, acariciándola, mostrándola todo el cariño que siento por ella.

Ojalá pudiera llevármela, cuidarla, quererla, cada día del resto de su vida… Intenté bajarla del tejado, pero no podía, no quería asustarla tampoco.

Quería abrazarla, mirarla más cerca, sentirla más cerca, pero me conformaba con tenerla a unos metros, sentirla en mi mano, mirarla, y quererla.

Desde luego, el silencio es en ocasiones la mejor melodía, podría haber guardado este momento en mi mente, en mi corazón, y no haber intentado representarlo con mis palabras. Pero quería hacerlo, y mostraros, lo que puede llegar a aportar un animal, los sentimientos que puede transmitir, y estoy segura, que también los siente.



Ha sido un placer volver a verte, volver a sentirte, querida amiga.




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