Érase una vez un Roble
que no tenía raíces, ramas, tronco, hojas.
Sus frutos, en vez de estar cubiertos de cáscara,
eran cápsulas de recuerdos.
En frente de un pantano, a la orilla de un río,
bajo un cerezo, al borde de un acantilado,
con vistas al mar o a un bosque del norte.
Distintas compañías y lugares
creaban dichos recuerdos
que alberga Roble entre sus paredes,
sostenidas por sus cuatro ruedas.
Roble es, lo más parecido a mi casa.
Mía. Solo mía. Compartida, para crear vida.
Con él me imagino recorriendo mi país y el mundo,
encontrándome y conociéndome un poco más
en los lugares a los que llego, a los que me lleva.
Casa a cuestas. Caracol. Tortiguita. Caracola.
Lugar seguro de mi mundo,
lugar donde ser y crear en calma.
Con la quietud que me regala
esta libertad sobre ruedas.
Cuando sabes que puedes ir a cualquier sitio,
cuando quieras.
El mundo se para y decides quedarte en el presente.
Sentada al lado de tu casa en cualquier parte.
Eligiendo la presencia.
Eligiendo el ahora.
Es en Roble donde más anclada me he sentido al ahora.
Sintiendo como que todo lo que me llega,
es justo lo que tiene que ser.
R de reconocer lo que tengo en este momento.
O de observar mi alrededor y mi interior.
B de la bendición que siento hacia la vida
L de libertad, cual pájaro.
E del entusiasmo de una niña.
Érase una vez un Roble que no tenía raíces
porque con sus ruedas recorría el mundo.
No tenía tronco, pero si un espacio para dormir escuchando los árboles bailar bajo la luna.
No tenía ramas, pero sí 5 asientos y 1 cama.
No tenía hojas, pero si sueños,
muchos sueños que pasaban a ser momentos y recuerdos.
Gracias Roble, por ser la idea materializada
de que sí puedo conseguir lo que deseo,
de que sí puedo sostenerme, cuidar, creer y crear .
06.10.2024