En dicho reino vivía un joven llamado Diell, hijo de dos campesinos que habitaban el bosque Forelsket. Poca gente habitaba en dicho lugar, pues allí ocurrían cosas que la gente no sabía explicar, y por esta razón se asustaban. La familia de Diell era humilde, eran agricultores y trataban aquellas tierras con cariño y respeto. Amaban el bosque, y éste les devolvía su amor de vuelta.
Eran rechazados por la sociedad por ser diferentes, pues los humanos no entendían el amor que puedes sentir por los animales, las plantas o la naturaleza. El bosque era su refugio en el mundo.
En él vivían criaturas diferentes, cada una con un don y un poder, las diferencias entre ellas no importaban, pues hacían que cada una de ellas fuera única e irremplazable. La armonía del bosque se basada en el amor y el respeto.
Existía una criatura diferente a todas las criaturas de aquel frondoso lugar. Una criatura que era medio mágica medio humana. No encajaba en la sociedad, pero tampoco en el bosque. Se llamaba Qamar.
Ella tenía los ojos del color de la tierra y el pelo rojizo como la arcilla, en sus manos una galaxia asomaba entre sus pliegues. Tenía el don de escapar a otro mundo cuando cerraba los ojos, tenía el don de desaparecer. Con estas características estaréis pensando que era totalmente mágica, pero había una cosa que la diferenciaba del resto de criaturas. Ella no era hija del bosque, ella había nacido de dos humanos. Y aunque fue acogida por el bosque, no era una más como el resto. Era diferente dentro de todas las diferencias que existían. Y eso la hacía sentir sola y usar su don para encontrar la felicidad.
En el bosque existía una regla clara, los humanos no podían ver a las criaturas. Por eso, la única forma de relacionarse con ellos era a través del alma. Con su alma podían enviar vibraciones. Los humanos las sentían, pero no veían la criatura, y les resultaba imposible de explicar, pues ellos, no creían en la magia.
La familia de Diell si creía, aunque a él nunca le había sucedido. A diferencia del resto de humanos, ellos valoraban esas conexiones en vez de temerlas.
Cierto es que no sabían explicarlas, simplemente se limitaban a sentirlas.
Qamar nunca había enviado ninguna vibración a un humano, de hecho, no estaba segura de poder hacerlo. Lo intentó con animales, pero ellos la veían porque formaban parte del bosque.
Un día, Diell salió a recolectar frutos. Sentía una sensación que no había sentido antes. Trataba de poner nombre a dicho sentimiento, pero le resultaba muy difícil. Mientras recogía frutos inmerso en su pensamiento, una gran mariposa de colores hipnotizantes atravesó su mirada perdida, haciéndole volver a la realidad. Sus ojos se fijaron en sus alas, y por un instante el tiempo se detuvo. Pudo ver un reflejo de la magia del bosque en sus alas.
No dudó en seguirla, sentía que no podía perderla.
Mientras tanto, Qamar paseaba por el bosque, se sentía ausente, como si no hubiera vuelto a la realidad a pesar de haber abierto los ojos.
Oyó un ruido, era Diell persiguiendo a la mariposa.
Qamar no podía creerlo, era una persona real, nunca antes había visto una.
Al ver al joven, sintió tan intensamente que no podía expresarlo con palabras. El corazón le latía con tanta fuerza que llegó a asustarse por un momento, sus manos brillaban como si el universo que había dentro de ella quisiera atravesar su piel.
Sintió tan fuerte que quiso regalarle una vibración de su alma.
Sentía miedo de que él la rechazara, aunque su mayor miedo era no tener el don de hacerlo.
Para ella significaba regalar un pedazo de su alma a un humano, regalarle un poco de su magia.
Diell dejó de perseguir la mariposa, pues voló hacia el cielo y se perdió entre los árboles. Se sentía cansado, así que se sentó en el suelo. Sintió con más intensidad el sentimiento que trataba de encontrar antes de perseguir a la mariposa.
Cerró los ojos, y se concentró en lo más profundo de su mente para encontrarse.
¿Cómo podría imaginar que un presentimiento le había guiado hasta su destino?
Qamar, apoyada tras un árbol, se sentía preparada. Cerró los ojos, visualizó su alma, e hizo que saliera de su cuerpo llegando hasta Diell. Se quedó frente a él, y le admiró durante unos segundos.
Aunque él era humano, a ella le pareció pura magia.
El alma de Qamar, se posó en los labios de Diell y le regaló un beso que contenía una parte de su Ser. No había conseguido enviarle una vibración como el resto de criaturas mágicas, le estaba regalando algo mucho más grande.
Cuando el alma de Qamar abrazó la de Diell se sintieron completas, estaban hechas a medida.
Y aunque sus cuerpos no se conocieran nunca, sus almas no podrían olvidarse.
Pasarían la eternidad buscándose.
En el instante en el que la magia entró en él, su corazón comenzó a latín con fuerza, sin embargo, físicamente se quedó paralizado.
Sintió cómo la magia llegaba a su corazón, sintió vida, sintió amor.
Abrió los ojos, pero no vio nada.
Qamar continuaba frente a él, al ver sus ojos, se quedó sin respiración.
Pudo ver su universo a través de su iris, viéndose reflejada en él.
Y entonces lo sintió, se había enamorado.
Al dejar un pedazo de alma en el corazón de Diell, él también sentía amor, pero no podía verla a ella, por eso no podía explicar su sentir.
Porque sin ella, sin Qamar, mentía en su sentimiento.
Él, nunca pudo ver el cuerpo que contenía la parte del alma que le faltaba, sin embargo, nunca olvidó ese momento.
Por el día se recorría los bosques con la esperanza de encontrarla.
Por las noches, ella le visitaba en sueños, compartiendo su universo.
Aunque no consiguieron estar juntos realmente, nunca se separaron.